AQUEL VERANO DE MI JUVENTUD. FRANCISCO BRINES
Blog de Juan Bosco García Lozano. Espacio de escritura y lectura de textos personales y de mis autores favoritos. Os agradezco mucho vuestros comentarios sobre las cosas que voy añadiendo. No dudes en dejar el tuyo. También puedes hacerte seguidor del blog muy fácilmente pero para ello tienes que pulsar en la pestaña indicada para ello y tener tu sesión abierta en tu buscador (Google, Microsoft Edge, Opera, etc).
martes, 17 de noviembre de 2020
sábado, 17 de octubre de 2020
EL DESGUACE
EL DESGUACE
No hace mucho me telefoneó una amiga a la que hace tiempo que
no veo y conversamos sobre las costumbres que vamos adquiriendo a partir de los
cincuenta. Me proponía un reencuentro, hacer unas risas y asomarnos al mundo
que nos rodea. Cada vez salgo menos, le decía yo, creo que esto de salir de
noche es inversamente proporcional a lo que saliste de joven, y yo, la verdad,
no es que saliera, es que no entraba. Traté de disuadirla. Querida, mi silueta ya no lleva bien camuflarse en el desfile
de sombras justo antes que salga el sol y en mi mesilla lo imprescindible
empieza a ser el vaso de agua.
Ella me entendía y se reía de mis conclusiones, se mostraba
contraria a mi parecer, le gusta salir, bailar y disfrutar de los encuentros en
las barras de bar, intercambiar frivolidad por compañía rápida y no demasiado
comprometida. No recojo más que mentiras pero el alcohol me ayuda a volver a
casa con algo que tirar a la basura sin remordimientos, me decía. Salí poco cuando era jovencita, durante mis
veinte años construí un castillo de naipes con el palo de corazones, pero años
más tarde me sorprendió una ventisca de infidelidad que derramó todo por el
suelo y cambié mi ingenua baraja por una minifalda con tablas. Desde entonces,
no ha habido por quien mereciera la pena estrenar un nuevo tapete y ahora en
los cincuenta me conformo con que nadie se incorpore a mi común denominador y
devalúe los enteros que me quedan.
Como nos habíamos prometido mutuamente volver a vernos, propuso que fuéramos una noche a un local de
Torrelavega en el que, según ella, debía
de haber mucho ambiente. Su risa acariciaba suavemente el altavoz, percibía que
se movía por la casa tanteando cosas por aquí y por allá mientras me confiaba
esperpentos que le habían ocurrido en aquel garito. Me contaba que los hombres
nunca tienen en cuenta la precariedad de los ajuares de la Cenicienta y de
noche no ven más allá de los focos de su coche fantástico, que normalmente
vibra como una cafetera olvidada en el fuego. El truco está en que dejes
siempre el local cuando aún quede gente que revise con su mirada el relieve de
tu espalda y que jamás adviertan que te duelen los pies, decía con una picardía
inigualable. El local propuesto se llamaba “El Desguace” y francamente, no hice nada por aceptar una proposición tan
sugerente. Tal y cómo me encontraba en esos momentos sospeché que pudieran
ofrecerme el puesto de relaciones públicas. Desistí por completo y lo dejamos
para otra ocasión.
Sin embargo aquella noche y aunque fuera de otra manera, le
dediqué mi tiempo. Recordé con mucho afecto el día que la conocí años atrás en
el revistero de un aeropuerto. Descubrí su rostro al otro lado de un estante, apareció
detrás del último número que quedaba de National Geographic. La observé durante
un rato, sus compras tenían la misma coherencia que haber elegido a ciegas en
una chatarrería las piezas para componer
la turbina con la que quisieras sobrevolar el Pacífico. Su esbelta silueta
sorteaba los pasillos y bancadas como quien recorriera el paseo marítimo una
tarde de gaviotas elevada en su emoción por un resplandor lejano y accesible. En
su billete y en su vida, pensé, tienen más peso el destino y sus amigos que su
origen y su cuna. Y como de vez en cuando funciona, entablamos conversación,
nos vimos varias veces y llegó el día de
ese viaje pero nunca alcanzamos las indias. Bastaron dos años para llegar a compartir
la carcajada vertiginosa de vernos caer al vacío en mitad del océano, sin más combustible para continuar ni más tiempo que
el necesario para decidir amerizar sin causarnos daños irreversibles. Quedó una
amistad perpetua, como un río lento al que de vez en cuando regresamos y nos
acaricia la nuca y los tobillos.
En alguna otra ocasión solía llamarme para que la acompañara
a comprarse ropa. Decía que yo tenía la paciencia y el humor que ningún otro
hombre había tenido con ella en un probador. Probablemente fuera verdad. Era
una mujer muy atractiva pero apenas sabía que combinar el tono del bolso con el
calzado es lo imprescindible. Cuando entraba en las tiendas de moda se quedaba
en blanco, iba poniendo a prueba su identidad frente a los espejos colocando
vestidos y tops sobre su silueta mientras me dirigía miradas de auxilio. Mira,
decía, ¡parece que jugamos a recortables! En realidad, parecía que se probaba
las prendas pensando en si lo aprobarían terceras personas. Nunca quise
hablarle de aquello, su estado de ánimo era tan vulnerable como el peinado de
un campo de cebada. Mientras tanto, me
hablaba de que sus armarios estaban llenos de ropa pero que nunca encontraba
nada que ponerse. Yo esperaba un rato prudencial y después me deslizaba dentro
de su probador y le retocaba las prendas,
el trasero y su estima. Pero nada nos convencía, no era el sitio. Ese cuerpo
hay que envolverlo con pétalos querida, y jamás los encontrarás en una boutique
que se llame “El apaño”, le dije aquella
vez. La saqué de allí y ya en otras tiendas, en otras calles, en comercios
pequeños y encantadores conseguimos que la trucada magia de los espejos comerciales
convocara una sonrisa bajo aquellos ojos tan inseguros de sí mismos. Le gustaba
que la desafiara con una talla menor o un color más acorde con sus ojos, con su
pelo. ¡Joder, cómo te queda! ¿Lo
estrenamos aquí mismo? Le decía a voz en grito. Nos reíamos con avaricia y de pronto surgía
como de la nada un torbellino perpendicular y luminoso que convertía en alta
costura todo aquel muestrario que yacía inabordable alrededor de sus piernas
desnudas.
Después de aquello, un día me llamó para compartir un
desayuno y confidencias. Un tipo que había quedado con ella le dejó caer que
aquella noche lucía un conjunto precioso. Hubiera sido una velada perfecta
Juan, si no llega a ser porque al despedirse de madrugada descargó un apresurado
cumplido sobre mi pintalabios y descubrí que ese hombre era daltónico.
Me reconfortó comprobar que sus carcajadas sobrepasaban
cualquier abatimiento. Después caminamos juntos durante un espacio de tiempo
indefinido antes que nuestras agendas nos separaran de nuevo. Aquel paseo fue
también un retorno a ese paraíso perdido que había sido el colofón del siglo XX
y que habíamos compartido alguna vez, como compartimos también dos cafés y los
números de teléfono aquella madrugada en el aeropuerto.
Juan Bosco García
Lozano Octubre, 2020
jueves, 8 de octubre de 2020
LA EMISORA RUSA
LA EMISORA RUSA
Dicen en la radio que una emisora rusa lleva más de treinta
años emitiendo ruidos misteriosos desde algún lugar remoto. Son ya unos treinta
y cinco años emitiendo un sonido monótono durante veinticuatro horas al día y
al parecer, de vez en cuando, una o dos veces por semana, una voz de hombre o
mujer difunden unas palabras así como “bote inflable” o “especialista en
agricultura” y eso es todo lo que emite. Confieso que he pasado varios días
pensando en ello, me he llevado el asunto a mis paseos por la playa, lo he
tratado de visualizar mientras preparaba un sukalki e incluso me he acostado
con él como si lo hiciera en el sillón del psicoanalista. ¿Es una soberbia
estupidez o el extraordinario ejercicio de una nueva corriente humanista?
¿Serán ecos de especímenes humanos buscando un futuro, un empleo? Los soportes
de la nueva conciencia planetaria no me aportan solidez en mis conclusiones así
que mantengo la duda pero la traigo conmigo a este blog y a ver qué pasa. Hoy
me he sorprendido ejercitando mi cuello con una perplejidad gallinácea frente
al café de la mañana, de pronto han confirmado el aumento de audiencia de tal
emisora.
En mi vagabundez de alborada, he llegado a la conclusión de
que por algún lugar del espacio también deben de estar viajando, desde hace
unos cuantos años, alguna de mis voces. Por ejemplo… ¡Que te levantes! o ¿has
hecho ya los ejercicios? Me pasé varios años emitiendo yo también esas señales acústicas
por los pasillos de mi casa cuando mis hijos eran aún adolescentes. Respondían,
con ese retardo tan típico de la distancia generacional, con un “en cero coma” o
“Ahora voy”. Supongo que todo ello estará flotando en la estratosfera como
testimonio de los logros de la conocida era de la comunicación.
El caso es que he buscado ayuda.
Busqué profesionales del gremio, a bajo presupuesto que es lo que se lleva, y
di con un tipo que era “Técnico en Radioprotección”. Me puse en contacto con él
no sin antes preparar un poco el encuentro. Repasé en Youtube varios tutoriales
de la comunicación a través de las ondas sobre cómo montar estaciones de alta y
baja frecuencia suponiendo que al invertirlos conseguiría comprender cómo se
desmontan. Una vez me sentí capaz de mantener la entrevista, me cité con él en una
cafetería del extrarradio. Le convidé a un té y comencé a exponer mi
preocupación por aquella emisora fantasma y el significado que pudiera tener para
la humanidad. Tal vez un nuevo Banksy de las ondas, le dejé caer mientras daba
un sorbo ciego a su taza. El tipo me escuchaba pacientemente, de vez en cuando
afirmaba ligeramente con su cabeza y desviaba la mirada hacia la tostada con
mermelada de la señora de la mesa de al lado.
Mire, en realidad mi especialidad
consiste en asegurarme de cerrar bien la puerta cuando el paciente ha entrado
en la sala de rayos -dijo con desgana- y
no va mucho más allá de comprobar que los rostros de la sala de espera se ven
libres de mutaciones. Creo que no podré ayudarle en su investigación. El
radiólogo no me cede más competencias, ¿me comprende? Gracias por el té, me
llevo la galleta.
Me acuesto cada noche con la
incógnita de la emisora rusa. He probado a forzar los límites de la rueda del
dial, a hacer psicofonías de emisoras que solo emiten pitidos y chasquidos pero
no me encuentro, de momento no hay ni rastro de mis voces del pasado. Me rodea
una moderada sensación de ansiedad, como si me enterraran vivo. Y sin embargo,
muy a menudo me saca de ese espectro una
llamada desvelada, de alguien que está liberando espacios en su ropero para las
nuevas ilusiones y quiere saber si he tomado ya el lormetazepam. Me envuelve un
“que descanses” en el río inagotable de la tranquilidad de su conversación y
entonces una onda invisible de galenas y
pensamientos va de mi casa a la suya y dejamos las cosas ahí, donde deben estar
para otro día.
Juan Bosco García Lozano
domingo, 20 de septiembre de 2020
lunes, 20 de julio de 2020
miércoles, 3 de junio de 2020
sábado, 30 de mayo de 2020
martes, 5 de mayo de 2020
DETRÁS DE LAS COSAS
DETRÁS DE LAS COSAS
jueves, 23 de abril de 2020
domingo, 5 de abril de 2020
lunes, 9 de marzo de 2020
jueves, 27 de febrero de 2020
jueves, 20 de febrero de 2020
viernes, 14 de febrero de 2020
martes, 4 de febrero de 2020
EL HOMBRE DEL TIEMPO Y LAS ZAPATILLAS DE DEPORTE
EL HOMBRE DEL TIEMPO Y LAS ZAPATILLAS DE DEPORTE
En una ocasión, durante el bachillerato, me tocó un texto de Schopenhauer, yo andaba un poco perdido en aquel momento por cuestiones que ya contaré en otra ocasión y no llevaba bien preparado al alemán. Afortunadamente deduje de su texto un pesimismo visceral hacia todo lo que se movía. Dediqué unos minutos a tragar toda la saliva que pude y me zambullí en el comentario. Relacioné el texto del filósofo con la imprevista experiencia que había vivido la tarde anterior cuando bajé al Casco Viejo a comprarme unas zapatillas para gimnasia y me vi envuelto en un brutal enfrentamiento entre la policía nacional y los cándidos manifestantes que formaban parte del mobiliario urbano de la villa durante aquellos años. El Arenal era como una galería de lienzos de Ferrer-Dalmau durante aquellas contiendas. Nunca llegué a la zapatería Urra donde me aguardaban mis flamantes zapatillas Paredes, pero horas más tarde me encontraba refugiado en un bar de Barrenkalle escuchando el último disco de Kortatu, muy edificante por cierto, y me flanqueaban dos amigas del “Kolectibo Radikal Emakume Askeak”, algo así como el Colectivo Radical de las Mujeres Libres. Lo pasamos en grande, cuanto más me solidarizaba con la causa más tubos de cerveza aparecían a mi alcance. Si bien, yo no dejaba de mantener el gesto de preocupación absoluta por las consignas del “kolectibo”, no fuera que aquello terminara como el rosario de la aurora -que por cierto nunca he sabido cómo terminó- y con las consignas y las birras fuimos haciendo una ensalada mental en la que cada uno aportaba los din-dan de las campanas que había escuchado alguna vez y a su manera. De la ensalada pasamos al kalimotxo, después arreglamos un poco el consistorio bilbaíno, destituimos a varios concejales, declaramos gratuitos múltiples servicios públicos e inauguramos nuevos espacios culturales sin olvidar la filosofía del jodido Schopenhauer, a quien dedicamos una plaza con fuente de tres caños dedicados a Kant, Platón y Spinoza. El episodio fue agotador y acabó entrada ya la noche. Al día siguiente me encontré en el patio del colegio excusando mi falta de uniformidad en la hora de gimnasia y rogando que no hubieran vendido el único par del 43 que quedaba en la zapatería.
¡TRATA DE ARRANCARLO, JUAN!
¡TRATA DE ARRANCARLO, JUAN!
EL OJO DÍSCOLO
EL OJO DÍSCOLO
SIENTE TU HOGAR
SIENTE TU HOGAR
miércoles, 15 de enero de 2020
martes, 14 de enero de 2020
LA TALLA DE MI LEVI´S STRAUSS
LA TALLA DE MI LEVI´S STRAUSS
EL COMANDO ESLAVO
EL COMANDO ESLAVO.
LAS COPAS, EL ROCK Y EL ROLL
LAS COPAS, EL ROCK Y EL ROLL
TODO ROZA
TODO ROZA
LA PARTÍCULA Y LA MATERIA
LA PARTÍCULA Y LA MATERIA
LA SEGUNDA VENIDA
LA SEGUNDA VENIDA
FOCUS... MOVING WAVES
Focus….Moving Waves….
Focus fue mi primer concierto. 7 de febrero de 1975, Pabellón de la Casilla, Bilbao. Tenía trece años, que al cambio de ahora sospecho que eran bastante temerarios para la época. Nos hemos acostumbrado a comparar pesetas y euros, medios de transporte, tendencias sexuales… pero también debería haber alguna tabla de conversión de edades y oportunidades de entonces y ahora. Francamente, en esto nos hemos revalorizado. Yo no podía imaginar lo que habría después ni detrás de aquella entrada, de aquella experiencia. Se abrió un nuevo mundo para mi. La música rock en vivo, retumbando en tu organismo como si fueras piel de timbal Gretsch o membrana de amplificador Marshall. Todo envuelto en una especie de sentimiento clandestino, transgresor en mi inocencia, que apenas podías compartir en el colegio, ni con tu familia. Algo nacía dentro de uno mismo, una nueva dimensión, un nuevo sentido que ya no me abandonaría jamás a lo largo de todos estos años. Después de aquel concierto vinieron muchísimos más, he llegado a ver a los más grandes, tuve mi propio grupo de rock, recopilé una extensa y solícita colección de discos y grabaciones y nunca nunca olvidé que este concierto fue la puerta de entrada a este paraíso particular del que hoy dispongo a mi manera y despliego a mi voluntad ante mis sentidos cuando y como yo quiero.
CANTO I - LA DIVINA COMEDIA - DANTE
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CALLE MELANCOLÍA, JOAQUIN SABINA
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MIEDO, RAYMOND CARVER
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HUYE HACIA LOS BOSQUES, ALFONSINA STORNI