LAS COPAS, EL ROCK Y EL ROLL

LAS COPAS, EL ROCK Y EL ROLL  


A cierta hora de la noche, como en La Cenicienta, se producen cambios asombrosos en las cualidades del ser humano. Recuerdo cuando frecuentaba la noche, los bares, los pub y algún que otro antro indefinible de cuyo nombre no quiero acordarme…  A partir de las doce de la noche se producía un efecto milagroso, todo era una fantasía colectiva. Al borde de la barra del bar de turno, como si se tratara del confín de los deseos y bajo los efectos de lo que uno llevara encima, cada uno comenzaba a elucubrar con planes deslumbrantes que incluían a todo aquel que se encontrara a su alrededor e incluso a los advenedizos que se hallaran cerca. ¡Tengo una casa en junto al mar!, ¡Nos iremos a esquiar!, ¡Haremos fuego en la chimenea!, ¡mi tío tiene un Land Rover!, y cosas así. Siempre había individuos que prometían planes y repartían invitaciones como si fueran pitanza para los pollos. Los más inocentes ya se veían en situación e iban pidiendo rondas a su cargo para mantener vivo el fuego de las promesas e incorporarse así, fraternal y confiadamente, a las quimeras carbonatadas de los charlatanes. Era como un pequeño mundo, una sociedad mínima, bisoña y fácil de convencer, de carcajada ligera y poco fundamento. Como si todos los vientos del mundo se hallaran entre los vasos de tubo y el porvenir se destilara en aquel alambique de vanidades y alcohol, para luego descender por las cortinas de humo en forma de partículas iluminadas y posarse sobre nuestras coronillas. Las horas se convertían en minutos y las ilusiones eran casi palpables. Uno salía de aquellos locales como si hubiera trasnochado con el mismísimo Gran Gatsby en la convicción de que no importaba volver a casa empapado  y sin un duro en el bolsillo si ya se veía en aquella casa de campo, junto a sus nuevos amigos y esa prima lejana y exuberante de la que hablaba aquel beodo lenguaraz que amagaba con la intención mientras otros ponían la cartera.

Pero ocurría también que después de aquella noche, y a medida que pasaban los días, los protagonistas de la gesta se veían contagiados de una amnesia generalizada y nunca ocurría nada a continuación. Como mucho te reencontrabas con el charlatán en otra barra actualizando las delicias del fin de semana que en breve se celebraría aún más excitante, pues incluía ya dar fuego al almacén de pirotecnia olvidado por su abuelo y ver las estrellas desde un barco con gafas 3d importadas de una base americana. 

Barras de bar, vertederos de amor, cantaba El último de la fila en los bafles. Y en cada víspera y cada bar y cada historia, en aquel teatrillo de marionetas del mundo de las copas y el rock y el roll,  se cumplía la máxima infalible de que después de las doce todo en realidad era mentira. Y allí se iban arremolinando velada tras velada nuevos estrategas de la copa gratis e incautos debutantes en el mundo del alterne. Confieso que en aquél barullo yo llegué a ceder la posición a medida que ganaba en estrategia pues a golpe de desengaños aprendí y seguía tomando copas pero al día siguiente (ni siquiera hoy consigo averiguarlo) no tenía ni la más remota idea de quien las había pagado.

Debo alegrarme de haber vivido aquello en su momento, estas sensaciones y emociones vacuas deben vivirse a tiempo. Decía mi abuela que “a quien de verano veas por Navidad, no le preguntes qué tal le va”. Entretanto hay quien a mi edad aún permanece en esos círculos, atendiendo las monsergas de algún nuevo iluminado al que nunca se le termina el ron cola mientras reparte promesas y tréboles de cuatro hojas a los incautos que lo circundan. Hay quien lleva en sus bolsillos calendarios atrasados e invitaciones caducadas de lugares que ya no existen y quienes a deshoras mendigan la atención de cualquiera a cambio de saquear lo poco que les queda de dignidad.  Y en la resaca matinal se retiran a sus barrios ignorando que en su calle falla alguna baldosa, faltan papeleras y les espera el cruel y deslumbrante interrogatorio de la fría luz del portal y su escalera. Pero suben a tientas a su habitación sin soltar los globos donde habita el helio de sus sueños, burbujas de colores y alamedas por donde entrar gloriosamente en el inexistente pueblo del fantasma que se ha bebido las copas.
                                        
                                                                 JUAN BOSCO GARCÍA LOZANO       

Comentarios

  1. Creo que todos hemos pasado por etapas de esas. De noches de barras y copas, y en invierno , a altas horas de la madruga, buscar una venta de carretera donde tomar un caldo caliente , para asegurarte de que llegas a casa un poquito menos perjudicada y así no llevarte la reprimenda paterna, que en ese estado sentaba muy mal!!

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