EL OJO DÍSCOLO



EL OJO DÍSCOLO


Empiezo a creer que tengo un ojo díscolo. No se lleva del todo bien con el resto de órganos de mi cuerpo y se manifiesta a su aire cuando le viene en gana. Observo que de vez en cuando llora solo. Suele hacerlo sobre todo cuando leo acostado sobre la cama. Intento seguir pero mi lacrimal supura una acuosidad cada vez más urticante y al final me tengo que dar por vencido y cerrar el libro. Debe de ser que no le gusta lo que leo o que cree que ya he leído lo suficiente y se rebela para que pase el relevo al sentido del oído y encienda la radio de una vez y lo deje descansar.
Una amiga me sugería la otra tarde que quizá cuando estoy en tendido supino el conducto lacrimal se obstruye de alguna manera y que es por eso que el ojo se seca y protesta al modo de grifo de jardín, que siempre gotean aunque no funcionen. Me dio una segunda opción relacionada con que paso muchas horas frente a pantallas luminosas, que mi ojo bien pudiera tener genética decimonónica y no se adapte a las nuevas tecnologías. -¿Y el otro? Me pregunté.  Yo veo igual por los dos pero pensándolo bien alguna vez he notado que cuando visito un museo y ante ciertas obras clásicas mi rostro se pone instintivamente un poco de lado y parece que ese ojo se interesa más por el lienzo que el otro.  Tal vez sea así pero yo creo que hay alguna razón más y no doy con ella. He probado a cambiar de lecturas, una noche cuando empecé a notar los síntomas cambié de libro rápidamente y traté de sorprenderle con un estudio sobre patologías oftalmológicas pero tampoco dio resultado. No respondió a mi deferencia.  La cosa se puso peor todavía y pensé que le había provocado una mayor irritación por invadir su intimidad. Dejé de leer, apagué la luz y cerré los ojos.  Sentí un alivio casi inmediato y me dejé llevar hacia el sueño por esa suave trenza que van tejiendo las ondas de radio,  mis pensamientos y las estrellas en mi ventana.
El caso es que creo que el ojo en cuestión está estableciendo una alianza con algún otro órgano de mi cuerpo. Hay cosas que me duelen según la hora que sea y otras son dolencias son estacionales. Por ejemplo, me duele la rodilla derecha cuando empieza el invierno y la cadera cuando estamos en verano. El pelo se me cae en octubre y la tensión me sube más en otoño. De jovencito siempre tenía otitis a finales del verano y me daban vahídos exponenciales según se aproximaban los exámenes de junio. Empiezo a creer que hay una correspondencia clandestina entre todas ellas, una especie de complot pluripatológico, y no doy con el factor que las relacione de esa manera. Cuando se lo cuento a mi médico de cabecera me mira como si la cadencia de mis dolencias no hubiera sido observada nunca por la medicina en general y termina la consulta ofreciéndome llamar a un taxi para volver a casa.  -Eres lo que comes, come bien.   Me dice al despedirnos.  Es una frase que he ido encontrando a lo largo de mi vida en diferentes ocasiones y he reflexionado sobre ella dando cuenta de un buen pincho de tortilla o admirando la bellísima estructura vegetal de una coliflor que me disponía a hervir a continuación con agua, un chorrito de aceite de oliva, poca sal y  una pizca de propósito de enmienda.  
En la radio hablan frecuentemente de nutrición y como de momento no se queja ninguno de los dos oídos internos pues la escucho muy a menudo.  Yo pongo mucho interés en lo que escucho, de hecho algunos temas me provocan insomnio intelectual, que es como el normal pero te sientes enriquecido y te importa menos. Sin embargo, a la mañana siguiente no recuerdo casi nada y cuando en estado de semiinconsciencia abro el frigorífico para sacar la leche semidesnatada y observo de reojo la lechuga biológica, esta me parece un mal boceto de un suculento rodaballo salvaje. Hoy todo producto tiene apellido y de esto habla mucho un locutor nutricionista que es muy estricto y según sus directrices debemos controlar todo lo que ingerimos y el modo en que lo cocinamos de un modo extremo.
No siempre estoy de acuerdo con él. Hay que cuidarse pero también debemos disfrutar de algunos platos por el puro placer de lo bien que están preparados y la cohesión que proporcionan en la mesa. Y es que,  ¿a quién le puede sentar mal un buen cocido preparado en su casa? Al fin y al cabo, sus sacramentos son los que han conseguido perdurar por más tiempo en la tradición familiar. De hecho, mi madre ha retirado ya más fotos de boda del salón de su casa que ingredientes de las alubias de Tolosa. – Google me ha sugerido una actualización de mi álbum de fotos. Me dijo recientemente. Y es que ya solo queda un matrimonio en pie y hay recetas que son intocables por la paz y el bien de la familia. Es lo que tienen ochenta y tantos años de sabiduría.
La felicidad compartida en una mesa es tan importante como la dietética y en ocasiones he encontrado trazas de felicidad en las empanadillas de bonito con tomate que encuentro a media tarde en la cocina. No concibo  del todo saludable alimentarse casi a diario de acelgas con brócoli y pan integral, pueden convertir una mesa en un escenario algo triste y compungido en el que todos acaben por aliviar internamente una especie de adulterio alimenticio que como casi todos los adulterios, acaba por llevarte a ninguna parte.
El caso es que es ese ojo precisamente el que se fija en las etiquetas. Lo noto cuando voy al supermercado y ante los pasillos de las tentaciones se me pone la mirada del Dioni. Es como si hubiera un cambio de agujas ante mi voluntad; un carril que va hacia lo sano y natural y otro directo como un expreso hacia los quesos y embutidos. Sufro como un desdoblamiento de personalidad y acabo por compensar el carro de la compra con pecados veniales y queso de Burgos. Es un ojo rebelde este, inadaptado a mis circunstancias. Creo que voy a probar a llevarlo tapado cuando voy a la compra, tal vez así consiga por las noches leer de un tirón todo lo que yo quiera con un ojo díscolo bien descansado.
                                                                            Juan Bosco García Lozano

Comentarios

  1. Me has sacado unas buenas risas que falta me hacían, además me ha hecho comparar tu ojo díscolo
    con mi mano derecha, díscola también, ¿recuerdas que te lo comenté la otra noche? Ella tiene vida propia, va por el lado opuesto al que debiera y me juega malas pasadas, pero lleva toda la vida conmigo y ya me da pena castigarla, la he dejado por imposible jajajaja.
    A mí a veces también me llora un ojo a modo de catarata cuando leo mucho, puede ser por parpadear poco cuando no quieres perder puntada.

    Muy simpático el relato de verdad, pero no te acostumbres a los halagos que también soy muy crítica cuando algo no me gusta ehhh...
    Hasta pronto!!

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    Respuestas
    1. Me alegra que te haya hecho reír, es muy reconfortante! Gracias por seguir el blog, y si hay alguna crítica también sera bienvenida.

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