Blog de Juan Bosco García Lozano. Espacio de escritura y lectura de textos personales y de mis autores favoritos. Os agradezco mucho vuestros comentarios sobre las cosas que voy añadiendo. No dudes en dejar el tuyo. También puedes hacerte seguidor del blog muy fácilmente pero para ello tienes que pulsar en la pestaña indicada para ello y tener tu sesión abierta en tu buscador (Google, Microsoft Edge, Opera, etc).
jueves, 27 de febrero de 2020
jueves, 20 de febrero de 2020
viernes, 14 de febrero de 2020
martes, 4 de febrero de 2020
EL HOMBRE DEL TIEMPO Y LAS ZAPATILLAS DE DEPORTE
EL HOMBRE DEL TIEMPO Y LAS ZAPATILLAS DE DEPORTE
Me pregunto por qué al hombre del tiempo le dejan tan poco de
lo suyo. Ocurre que cuando le veo dar el parte a semejante velocidad cojo
instintivamente el teléfono por si tengo que marcar el 112 para solicitarle
asistencia de reanimación. Son minutos muy estresantes, da la sensación de que
se le escapa el metro y en la penumbra del estudio le esperan su mujer y sus
hijos para volver a casa. Además, me pone un poco nervioso porque a pesar de
ser muy amable y considerado a la hora de repartir las temperaturas bajo cero
en una España hoy en día tan reaccionaria, le queda muy justa la chaqueta y da
la impresión de que le falta el aire también. Debe ser que en su contrato de
trabajo el ajuste contempla todos los ámbitos de su actividad. También hay una
mujer del tiempo, no recuerdo bien en qué cadena, que parece moverse por el
plató llevada por algún viento sobre su melena, hacia donde va su melena allá
va ella cándida y predispuesta como una planta rodante del desierto. Me hace
mucha gracia verla tan sujeta a su figura, tan entregada a su trabajo y erguida
ante la crueldad de las imágenes que en televisión convierten cualquier kilo
extra en una riñonera. Sospecho que en ocasiones, y por aquello del rigor de
las audiencias del medio, más que bien arreglada la presentadora accede a
comparecer envasada al vacío. En
definitiva siempre me ha parecido que el parte meteorológico se incrusta en el
final de los informativos como medida de distracción hacia los espectadores por
los desastres detallados en las secciones anteriores. Nos cambian el objeto del
pensamiento como el trilero mueve la bolita de un cubilete a otro sin que nos
demos cuenta.
Yo de pequeño, es decir, cuando comencé a ser niño, quería
ser astronauta. Más que una vocación era en realidad una lucha interna por ser
cualquier cosa que no fuera yo y sobre todo que llevara casco y visor burbuja.
Había días que quería alcanzar diez profesiones distintas y cuando llegaba la
noche me acostaba con un agotamiento tal que ponía la cabeza sobre la almohada deseando que
se convirtiera en un borrador. Un tiempo después supe que también había otros
caminos llamados vocación y me liberé en gran medida de esos primigenios
episodios de estrés. Total que aquel día quería ser astronauta, y aunque mi
imaginación y anhelos por aventuras y viajes se ajustaban perfectamente al
curriculum necesario para el puesto tenía un problema, o mejor dicho, me
sobraban los problemas. El caso es que del libro de matemáticas me estorbaba lo
negro. El mundo de las matemáticas marcó verdaderamente un antes y un después
en mi vida. Todo fue bien, más o menos, hasta que llegaron el álgebra y los
logaritmos. ¿Cómo entender que una variable estaba en función de otra? Por
momentos creí que se trataba de un complot a mi inteligencia y lo atribuí a un
plan oculto para ir descartando individuos que osaran solicitar plaza en la
escuela de ingenieros. Allí perdí el control de mis estudios a la vez que me
refugié en las letras que al fin y al cabo admitían varias interpretaciones y
si eras lo suficientemente original en tus comentarios de texto podías llegar a
salvar un examen.
En una ocasión, durante el bachillerato, me tocó un texto de Schopenhauer, yo andaba un poco perdido en aquel momento por cuestiones que ya contaré en otra ocasión y no llevaba bien preparado al alemán. Afortunadamente deduje de su texto un pesimismo visceral hacia todo lo que se movía. Dediqué unos minutos a tragar toda la saliva que pude y me zambullí en el comentario. Relacioné el texto del filósofo con la imprevista experiencia que había vivido la tarde anterior cuando bajé al Casco Viejo a comprarme unas zapatillas para gimnasia y me vi envuelto en un brutal enfrentamiento entre la policía nacional y los cándidos manifestantes que formaban parte del mobiliario urbano de la villa durante aquellos años. El Arenal era como una galería de lienzos de Ferrer-Dalmau durante aquellas contiendas. Nunca llegué a la zapatería Urra donde me aguardaban mis flamantes zapatillas Paredes, pero horas más tarde me encontraba refugiado en un bar de Barrenkalle escuchando el último disco de Kortatu, muy edificante por cierto, y me flanqueaban dos amigas del “Kolectibo Radikal Emakume Askeak”, algo así como el Colectivo Radical de las Mujeres Libres. Lo pasamos en grande, cuanto más me solidarizaba con la causa más tubos de cerveza aparecían a mi alcance. Si bien, yo no dejaba de mantener el gesto de preocupación absoluta por las consignas del “kolectibo”, no fuera que aquello terminara como el rosario de la aurora -que por cierto nunca he sabido cómo terminó- y con las consignas y las birras fuimos haciendo una ensalada mental en la que cada uno aportaba los din-dan de las campanas que había escuchado alguna vez y a su manera. De la ensalada pasamos al kalimotxo, después arreglamos un poco el consistorio bilbaíno, destituimos a varios concejales, declaramos gratuitos múltiples servicios públicos e inauguramos nuevos espacios culturales sin olvidar la filosofía del jodido Schopenhauer, a quien dedicamos una plaza con fuente de tres caños dedicados a Kant, Platón y Spinoza. El episodio fue agotador y acabó entrada ya la noche. Al día siguiente me encontré en el patio del colegio excusando mi falta de uniformidad en la hora de gimnasia y rogando que no hubieran vendido el único par del 43 que quedaba en la zapatería.
En una ocasión, durante el bachillerato, me tocó un texto de Schopenhauer, yo andaba un poco perdido en aquel momento por cuestiones que ya contaré en otra ocasión y no llevaba bien preparado al alemán. Afortunadamente deduje de su texto un pesimismo visceral hacia todo lo que se movía. Dediqué unos minutos a tragar toda la saliva que pude y me zambullí en el comentario. Relacioné el texto del filósofo con la imprevista experiencia que había vivido la tarde anterior cuando bajé al Casco Viejo a comprarme unas zapatillas para gimnasia y me vi envuelto en un brutal enfrentamiento entre la policía nacional y los cándidos manifestantes que formaban parte del mobiliario urbano de la villa durante aquellos años. El Arenal era como una galería de lienzos de Ferrer-Dalmau durante aquellas contiendas. Nunca llegué a la zapatería Urra donde me aguardaban mis flamantes zapatillas Paredes, pero horas más tarde me encontraba refugiado en un bar de Barrenkalle escuchando el último disco de Kortatu, muy edificante por cierto, y me flanqueaban dos amigas del “Kolectibo Radikal Emakume Askeak”, algo así como el Colectivo Radical de las Mujeres Libres. Lo pasamos en grande, cuanto más me solidarizaba con la causa más tubos de cerveza aparecían a mi alcance. Si bien, yo no dejaba de mantener el gesto de preocupación absoluta por las consignas del “kolectibo”, no fuera que aquello terminara como el rosario de la aurora -que por cierto nunca he sabido cómo terminó- y con las consignas y las birras fuimos haciendo una ensalada mental en la que cada uno aportaba los din-dan de las campanas que había escuchado alguna vez y a su manera. De la ensalada pasamos al kalimotxo, después arreglamos un poco el consistorio bilbaíno, destituimos a varios concejales, declaramos gratuitos múltiples servicios públicos e inauguramos nuevos espacios culturales sin olvidar la filosofía del jodido Schopenhauer, a quien dedicamos una plaza con fuente de tres caños dedicados a Kant, Platón y Spinoza. El episodio fue agotador y acabó entrada ya la noche. Al día siguiente me encontré en el patio del colegio excusando mi falta de uniformidad en la hora de gimnasia y rogando que no hubieran vendido el único par del 43 que quedaba en la zapatería.
Aquella vivencia le quedaba al comentario de texto como la
camiseta del Athletic de Bilbao al apóstol Santiago, pero lo relacioné como
pude y expuse el sentimiento pesimista de un joven ciudadano que huye de unos y
de otros a través de calles empapadas de golpes y sirenas para acabar
solidarizándose con un colectivo marginado a cambio de que le sacien la sed
después de las carreras. Debí mostrar tal profundidad en el pesimismo causado por
quedarme sin las zapatillas que días después el profesor me llamó a parte y me
sugirió que considerara someterme a un psicoanálisis o hablar con mis padres seriamente
sobre mi exposición académica. – Bosco, ¿Progresas adecuadamente o necesitas un
psicólogo?, me dejó caer.
Salí del paso diciéndole que en unos días teníamos prevista
la visita de un familiar que trabajaba como comentarista del tiempo en una
publicación bimensual y que dada su indiscutible amplitud de miras y
objetividad para tal cometido se trataba de la persona idónea para reconducir
mis tribulaciones entre la filosofía y la meteorología. Fue un buen trato pero
de nada sirvió. El siguiente comentario de texto consistió en un pasaje de
Valle-Inclán y lo bordé mirando de reojo la costura verde de mis flamantes
zapatillas con las que había disfrutado la tarde anterior un maravilloso
episodio emocional casi casi extraído de su Sonata de Primavera.
JUAN BOSCO GARCÍA
LOZANO
¡TRATA DE ARRANCARLO, JUAN!
¡TRATA DE ARRANCARLO, JUAN!
Este mediodía, en el bar donde acostumbro a reflexionar unos
minutos antes de volver a casa, dos tipos hablaban de que por lo visto Carlos
Sainz ya había ganado dos o tres veces el Dakar, no se ponían muy de acuerdo.
Lo comentaban caña en mano y servilleta al suelo ante un televisor mudo, en un
bar invadido de impactos de tazas, platillos y cucharillas de café y marchandos de todo tipo. Al parecer
lo ha logrado conduciendo un Mini, lo cual me ha devuelto una sonrisa íntima y
profunda al recordar mis años y aventuras al volante del Mini que tuve la
suerte de disfrutar en mi juventud. Yo también lo he ganado, pensé, en alguna o
ninguna ocasión. Al fin y al cabo la duda de aquellos tipos se reducía a un
trofeo más o menos y la mía también.
Sainz ha ganado su tercer Dakar en Arabia Saudita. Es curioso
que se pueda ganar un rallye bajo un topónimo que está a siete mil kilómetros y
por el que no se transita. Al parecer el trofeo arrastra ese nombre por el
mundo después de tener que abandonarlo por la hostilidad que creaba en los
territorios que lo recorría en su origen. Aunque pensándolo bien, este año la
Supercopa de España, de fútbol, también se ha celebrado en Arabia Saudita, no
sé qué tienen esos pocitos negros que nos vuelven locos, ay! que nos vuelven
locos! Algo se está desfocalizando en el
mundo del deporte y en otros mundos también. Por un momento he imaginado que llevados por
este frenesí de traslación se podría celebrar la Conferencia de las Naciones
Unidas sobre el Desarrollo Sostenible en Las Vegas y La Cumbre
Internacional de Parrilleros en Etiopía. Esta originalidad no se sabe bien de
donde viene pero tal vez de resultados y por mi cuenta voy a comenzar por dar
una conferencia sobre astrofísica en la Asociación de Sordomudos de la Serranía
de Ronda, al menos lograré la turbia ambición
de ser incuestionable por una vez en la vida.
El caso es que las imágenes del Dakar Rallye 2020 han
despertado mi atención y he observado el “Mini” que llevaba el piloto español.
Si eso es un Mini al uso y costumbre del ciudadano de a pie, entonces mi
automóvil debe ser para ellos un coche de Scalextric. El espíritu del Mini en
su época era menudo y discreto, capaz de entrar en cualquier hueco y ser eficaz
en el saturado tráfico de las ciudades. Ese monstruo que pilota Sainz es capaz
de arrasar un poblado sin inmutarse, va dejando surcos como encías dolorosas
allá por donde pasa. Contemplando ese poder sobre ruedas el mismo Atila no
hubiese deseado pasar de ser un mero aguador entre los nómadas.
Hay que reconocer que ese rallye debe ser durísimo y que
requiere una preparación fuera de lo común para el esfuerzo que supone no ya
ganarlo, sino terminarlo de la manera que sea, y por mucho X-raid Mini John
Cooper Works Buggy que lleves bajo tu culo la empresa tiene que ser laboriosa.
Pero yo también tuve mi rallye con mi modesto Mini 850 y si bien no me hice un
Arabia Saudita, en alguna ocasión llevé a mi grupo de rock desde Bilbao a algún
pueblo para dar algún concierto. Cinco componentes, una batería, bafles,
pedales, micros, guitarras, etc…. daban mucha prestancia metidos en un Mini en
aquellos tiempos y si quedaba algún hueco lo llenábamos con humo verde del Rif.
Íbamos tan apretados que al bajarnos teníamos que reconocer en voz alta quien
era el cantante y quién tocaba el bajo y la batería. No ganamos nunca un trofeo pero en una ocasión
nos pagaron mil pesetas y aprovechando la euforia colectiva apalabramos un
contrato para ambientar una boda la semana siguiente en un restaurante de
Lujua. Allí continuó nuestro éxito pues el padre de la novia nos invitó a barra
libre con tal de tenernos ocupados y dejar de tocar aquella música infernal. Y
es que cuando nos contrataron olvidaron comentar los detalles del repertorio y
nos arrancamos con una versión de “Smoke on the wáter” de Deep Purple.
Si el Mini de Sainz son trescientos cincuenta caballos galopando
sobre cualquier superficie y capaces de volar levantando espectaculares alas de
arena y admiración, el mío era el ferrocarril de la Robla con sus vagones
cargaditos de carbón y de quimeras, que poco a poco nos llevó a través de un
sueño irrepetible al que si no fuera porque le traicionaba el radiador
hubiéramos llegado a cumplir el sueño de tocar en el Madison Square Garden. Pero
una tarde fallamos a la cita, el termostato del Mini no pudo más y nos dejó
tirados subiendo un puerto que le llamaban el de la Chincheta. Mis colegas de
la banda me gritaban ¡Trata de arrancarlo Juan, por dios!, ¡Trata de
arrancarlo!... y no pude. Allí decidí que mi futuro como batería y chofer había
concluido y que me dedicaría a la música de otro modo, dejando de intentar de
una vez por todas que en mi carnet de identidad pusiera que había nacido en
Memphis.
JUAN BOSCO GARCÍA LOZANO
EL OJO DÍSCOLO
EL OJO DÍSCOLO
Empiezo a creer que tengo un ojo díscolo. No se lleva del
todo bien con el resto de órganos de mi cuerpo y se manifiesta a su aire cuando
le viene en gana. Observo que de vez en cuando llora solo. Suele hacerlo sobre
todo cuando leo acostado sobre la cama. Intento seguir pero mi lacrimal supura una
acuosidad cada vez más urticante y al final me tengo que dar por vencido y
cerrar el libro. Debe de ser que no le gusta lo que leo o que cree que ya he
leído lo suficiente y se rebela para que pase el relevo al sentido del oído y
encienda la radio de una vez y lo deje descansar.
Una amiga me sugería la otra tarde que quizá cuando estoy en
tendido supino el conducto lacrimal se obstruye de alguna manera y que es por
eso que el ojo se seca y protesta al modo de grifo de jardín, que siempre
gotean aunque no funcionen. Me dio una segunda opción relacionada con que paso
muchas horas frente a pantallas luminosas, que mi ojo bien pudiera tener
genética decimonónica y no se adapte a las nuevas tecnologías. -¿Y el otro? Me
pregunté. Yo veo igual por los dos pero
pensándolo bien alguna vez he notado que cuando visito un museo y ante ciertas
obras clásicas mi rostro se pone instintivamente un poco de lado y parece que
ese ojo se interesa más por el lienzo que el otro. Tal vez sea así pero yo creo que hay alguna
razón más y no doy con ella. He probado a cambiar de lecturas, una noche cuando
empecé a notar los síntomas cambié de libro rápidamente y traté de sorprenderle
con un estudio sobre patologías oftalmológicas pero tampoco dio resultado. No
respondió a mi deferencia. La cosa se
puso peor todavía y pensé que le había provocado una mayor irritación por
invadir su intimidad. Dejé de leer, apagué la luz y cerré los ojos. Sentí un alivio casi inmediato y me dejé
llevar hacia el sueño por esa suave trenza que van tejiendo las ondas de
radio, mis pensamientos y las estrellas
en mi ventana.
El caso es que creo que el ojo en cuestión está estableciendo
una alianza con algún otro órgano de mi cuerpo. Hay cosas que me duelen según
la hora que sea y otras son dolencias son estacionales. Por ejemplo, me duele
la rodilla derecha cuando empieza el invierno y la cadera cuando estamos en
verano. El pelo se me cae en octubre y la tensión me sube más en otoño. De jovencito
siempre tenía otitis a finales del verano y me daban vahídos exponenciales
según se aproximaban los exámenes de junio. Empiezo a creer que hay una correspondencia
clandestina entre todas ellas, una especie de complot pluripatológico, y no doy
con el factor que las relacione de esa manera. Cuando se lo cuento a mi médico
de cabecera me mira como si la cadencia de mis dolencias no hubiera sido
observada nunca por la medicina en general y termina la consulta ofreciéndome llamar
a un taxi para volver a casa. -Eres lo
que comes, come bien. Me dice al
despedirnos. Es una frase que he ido encontrando
a lo largo de mi vida en diferentes ocasiones y he reflexionado sobre ella
dando cuenta de un buen pincho de tortilla o admirando la bellísima estructura
vegetal de una coliflor que me disponía a hervir a continuación con agua, un
chorrito de aceite de oliva, poca sal y
una pizca de propósito de enmienda.
En la radio hablan frecuentemente de nutrición y como de
momento no se queja ninguno de los dos oídos internos pues la escucho muy a
menudo. Yo pongo mucho interés en lo que
escucho, de hecho algunos temas me provocan insomnio intelectual, que es como
el normal pero te sientes enriquecido y te importa menos. Sin embargo, a la
mañana siguiente no recuerdo casi nada y cuando en estado de semiinconsciencia
abro el frigorífico para sacar la leche semidesnatada y observo de reojo la
lechuga biológica, esta me parece un mal boceto de un suculento rodaballo
salvaje. Hoy todo producto tiene apellido y de esto habla mucho un locutor
nutricionista que es muy estricto y según sus directrices debemos controlar
todo lo que ingerimos y el modo en que lo cocinamos de un modo extremo.
No siempre estoy de acuerdo con él. Hay que cuidarse pero
también debemos disfrutar de algunos platos por el puro placer de lo bien que
están preparados y la cohesión que proporcionan en la mesa. Y es que, ¿a quién le puede sentar mal un buen cocido
preparado en su casa? Al fin y al cabo, sus sacramentos son los que han
conseguido perdurar por más tiempo en la tradición familiar. De hecho, mi madre
ha retirado ya más fotos de boda del salón de su casa que ingredientes de las
alubias de Tolosa. – Google me ha sugerido una actualización de mi álbum de
fotos. Me dijo recientemente. Y es que ya solo queda un matrimonio en pie y hay
recetas que son intocables por la paz y el bien de la familia. Es lo que tienen
ochenta y tantos años de sabiduría.
La felicidad compartida en una mesa es tan importante como la
dietética y en ocasiones he encontrado trazas de felicidad en las empanadillas
de bonito con tomate que encuentro a media tarde en la cocina. No concibo del todo saludable alimentarse casi a diario
de acelgas con brócoli y pan integral, pueden convertir una mesa en un
escenario algo triste y compungido en el que todos acaben por aliviar
internamente una especie de adulterio alimenticio que como casi todos los
adulterios, acaba por llevarte a ninguna parte.
El caso es que es ese ojo precisamente el que se fija en las
etiquetas. Lo noto cuando voy al supermercado y ante los pasillos de las
tentaciones se me pone la mirada del Dioni. Es como si hubiera un cambio de
agujas ante mi voluntad; un carril que va hacia lo sano y natural y otro
directo como un expreso hacia los quesos y embutidos. Sufro como un
desdoblamiento de personalidad y acabo por compensar el carro de la compra con
pecados veniales y queso de Burgos. Es un ojo rebelde este, inadaptado a mis
circunstancias. Creo que voy a probar a llevarlo tapado cuando voy a la compra,
tal vez así consiga por las noches leer de un tirón todo lo que yo quiera con
un ojo díscolo bien descansado.
Juan Bosco García Lozano
SIENTE TU HOGAR
SIENTE TU HOGAR
En estos tiempos hacer la compra ha dejado de ser un trabajo
doméstico más y ha pasado a ser todo un ejercicio de premeditación y
supervivencia. Creo que voy a comenzar a ir al hipermercado con sedantes y un
equipo de explorador. Ya no basta con llevar un papelito con la lista de la
compra, ahora todo es mucho más complejo y te ves envuelto en una especie de
gymcana que pone a prueba tu resistencia y economía al mismo tiempo.
Hace bien poco me tocó cambiar de lavadora, la que tenía comenzaba
a despertar interés entre los coleccionistas. Recuerdo alguna madrugada que me
iba a leer junto a ella para que se animara a cumplir bien el centrifugado. Era
una Corberó del siglo pasado que se movía tanto que alguna vez me la crucé por
el pasillo y con los años le cogí incluso algo de afecto. Pero una noche
desperté de un sueño en el que aparecía junto a mis hijos en el libro de
familia y decidí sustituirla inmediatamente.
Nunca pensé que pudiera haber tantos modelos de ese
electrodoméstico en un centro comercial. Pasé por delante de ellas como quien
pasa revista al estado de las filas en un cuartel. Todas con un aspecto
formidable, alineadas como para la pasarela Cibeles y con unos diseños tan
modernos que solo les faltaba llevar carmín en la boca de carga. Comencé a
descartar las de mayor precio y luego me centré en sus cualidades. Ahora las
lavadoras llevan en la solapa etiquetas con sus especificaciones como si
portaran la condecoración Laureada de San Fernando o El Mérito Civil. Al cabo,
necesité asistencia. Alguna de ellas ofrecía como reclamo atribuciones del tipo
“Motor digital inverter”, “Ecobubble”, “Addwash” y con función “Smart check” en
su “Tambor de diamante”. Quedé estupefacto y comencé a preguntarme si alguna de
ellas simplemente lavaba la ropa. Ninguna tenía la etiqueta “Lava la ropa” así
que pregunté en el mostrador. El
empleado me habló bien de todas ellas, -Le darán un buen servicio, aseguraba. Me
explicó en cuestión de segundos todas aquellas propiedades, no me dio tiempo a
escuchar nada pues parecía que estaba dando un temario ante un tribunal. Inmediatamente
se interesó por mi número de cuenta. Desistí de entrar en profundidades y opté
por una que cumpliera bien con el lavado y la centrifugación que me tenía muy
preocupado. Nunca pensé que la centrifugación de una lavadora me iba a producir
tanta incertidumbre y me contuve de preguntar si el aparato acostumbraba a
salir de noche o pedir libres los domingos. Creo que compré bien, la nueva adquisición
musita alegremente cuando acaba el programa de lavado y tiene una pantalla muy
graciosa que me deja elegir las revoluciones y me ofrece “Cuidado infantil”;
una pena que en casa ya no haya niños, tengo verdadera curiosidad por saber en
qué consiste esa función.
Aproveché mi visita al gran supermercado para mirar también
por una batidora. Cuando las tuve delante observé que estaban todas en
promoción 3x2. Me conté los brazos y me pareció una oferta absurda, ¿quién
puede necesitar tres batidoras? El caso es que pensando bien la oferta
consideré mirar mi agenda de teléfono y llamar a algunos conocidos con la
excusa de felicitarles el año nuevo y de paso dejar caer si andaban necesitados
de una batidora nueva y así disfrutar juntos de la oferta. Me sentí tan
incomprendido que cogí una de esas de toda la vida que ya saben cómo te gusta
la mayonesa y empujé mi carro con orgullo hacia adelante. De reojo vi un
aspirador robot con “Navegación inteligente” y aceleré el paso como alma que
lleva al diablo.
Continué mi travesía por un amplio pasillo plagado de
carteles y reclamos que parecían tentáculos de los que resultaba muy difícil
escapar. Busqué la perfumería para cumplir con un detalle que tenía pendiente.
Una vez allí traté de aligerar la compra y busqué por mi mismo entre cientos de
perfumes con nombre de famosos. ¿Será que huelen mejor que el resto de los
mortales?, me pregunté. No encontraba el que quería y pregunté por él. Nadie
sabía nada de aquel perfume. Las chicas de la sección se miraban entre ellas y
me sugirieron que buscara entre los recambios de automóvil. Lo intenté por
todos los medios, incluso lo pronuncié con acento francés dando por hecho que
esa era la clave del malentendido, pero nada. Debería estar más atento cuando
salen los anuncios en televisión y volver sabiendo decir como dios manda
“Jadore”.
Arrastré pesaroso el carro y continué. Me di cuenta que tenía
tendencia de izquierdas y se dirigía él solo hacia ciertos productos de ese
lado del pasillo, pero no quise cambiarlo por otro no vaya a ser que lo que
estuviera inclinado fuera el centro comercial entero. Ya me ocurrió una vez con
una reclamación en el aeropuerto de Málaga y entonces el contratista de la
escalera mecánica que no daba con la avería atribuyó ese defecto a la obra
general, -El aeropuerto está torcido- me dijo mientras recogía sus
herramientas. Mi desconocimiento en el
cálculo de estructuras me hizo ser prudente en este sentido y seguí tirando del
carro con la pesada compra y sus tendencias progresistas.
Una vez alcanzada la zona de los comestibles me dirigí hacia
las conservas. Yo sólo quería un poco de bonito en aceite y aquello fue un nuevo quebradero de cabeza. Nunca
pensé que pudiera estar veinte minutos para elegir un frasco de bonito del
norte. Nada más entrar en el pasillo de las conservas se me vino encima el
expositor de una nueva marca que aseguraba que era un producto “sin mercurio”.
Mientras observaba aquellos apetitosos lomos bañados en aceite me preguntaba si
acaso todos los demás lo llevaban y me sentía un imbécil por haber estado toda
la vida sin fijarme en ese ingrediente letal que llevaba años envenenándome. Ya
decía yo…. Me dije a mi mismo al tiempo que por fin esclarecía el motivo de
todas mis dolencias articulares. Observé otros frascos tratando de localizar
las bolitas de mercurio nadando entre las lascas pero parece que las
disimulaban muy bien y comencé a sentir escalofríos. Opté por dejar el frasco
para otro día, mi cabeza no daba mucho más de sí. Cogí varias cosas más sin
querer leer etiquetas ni saber nada de las ofertas ni si aquello para los
espaguetis era tomate o escalibada. Con un último esfuerzo me lancé a encontrar
la salida.
La tarde ya se había esfumado y el hipermercado estaba
repleto de gente. Observé que muchos vagaban sin llevar ningún producto encima
y que otros merendaban clandestinamente en las esquinas. Familias al completo,
grupos de escolares, coloquio-presentación del jamón ibérico para extranjeros,
encuestas a pie de pescadería, cata de sopa de pez limón con cilantro y
máquinas parlantes que te enseñaban a utilizar una bayeta en ocho pasos. En
poco tiempo se hizo dificultoso circular con el dichoso carro y el ambiente era
irrespirable. Cuando aboné la cuenta la cajera me dijo si quería los puntos
para la promoción “Construye tu propio retrete” y creí morir. Decidí dar por
terminada la jornada y refugiarme en mi casa, estaba exhausto. Ya no recordaba ni cuando me
entregarían la lavadora ni quise volver a preguntarlo. Subí la compra y me
tumbé en el sofá a la espera de que dieran de nuevo el dichoso anuncio del
perfume.
Juan Bosco García Lozano
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
CANTO I - LA DIVINA COMEDIA - DANTE
-
CALLE MELANCOLÍA, JOAQUIN SABINA
-
MIEDO, RAYMOND CARVER
-
HUYE HACIA LOS BOSQUES, ALFONSINA STORNI