¡TRATA DE ARRANCARLO, JUAN!




¡TRATA DE ARRANCARLO, JUAN!


Este mediodía, en el bar donde acostumbro a reflexionar unos minutos antes de volver a casa, dos tipos hablaban de que por lo visto Carlos Sainz ya había ganado dos o tres veces el Dakar, no se ponían muy de acuerdo. Lo comentaban caña en mano y servilleta al suelo ante un televisor mudo, en un bar invadido de impactos de tazas, platillos y cucharillas  de café y marchandos de todo tipo. Al parecer lo ha logrado conduciendo un Mini, lo cual me ha devuelto una sonrisa íntima y profunda al recordar mis años y aventuras al volante del Mini que tuve la suerte de disfrutar en mi juventud. Yo también lo he ganado, pensé, en alguna o ninguna ocasión. Al fin y al cabo la duda de aquellos tipos se reducía a un trofeo más o menos y la mía también.


Sainz ha ganado su tercer Dakar en Arabia Saudita. Es curioso que se pueda ganar un rallye bajo un topónimo que está a siete mil kilómetros y por el que no se transita. Al parecer el trofeo arrastra ese nombre por el mundo después de tener que abandonarlo por la hostilidad que creaba en los territorios que lo recorría en su origen. Aunque pensándolo bien, este año la Supercopa de España, de fútbol, también se ha celebrado en Arabia Saudita, no sé qué tienen esos pocitos negros que nos vuelven locos, ay! que nos vuelven locos!  Algo se está desfocalizando en el mundo del deporte y en otros mundos también.  Por un momento he imaginado que llevados por este frenesí de traslación se podría celebrar la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible en Las Vegas y La Cumbre Internacional de Parrilleros en Etiopía. Esta originalidad no se sabe bien de donde viene pero tal vez de resultados y por mi cuenta voy a comenzar por dar una conferencia sobre astrofísica en la Asociación de Sordomudos de la Serranía de Ronda, al menos lograré la turbia ambición  de ser incuestionable por una vez en la vida.
El caso es que las imágenes del Dakar Rallye 2020 han despertado mi atención y he observado el “Mini” que llevaba el piloto español. Si eso es un Mini al uso y costumbre del ciudadano de a pie, entonces mi automóvil debe ser para ellos un coche de Scalextric. El espíritu del Mini en su época era menudo y discreto, capaz de entrar en cualquier hueco y ser eficaz en el saturado tráfico de las ciudades. Ese monstruo que pilota Sainz es capaz de arrasar un poblado sin inmutarse, va dejando surcos como encías dolorosas allá por donde pasa. Contemplando ese poder sobre ruedas el mismo Atila no hubiese deseado pasar de ser un mero aguador entre los nómadas.

Hay que reconocer que ese rallye debe ser durísimo y que requiere una preparación fuera de lo común para el esfuerzo que supone no ya ganarlo, sino terminarlo de la manera que sea, y por mucho X-raid Mini John Cooper Works Buggy que lleves bajo tu culo la empresa tiene que ser laboriosa. Pero yo también tuve mi rallye con mi modesto Mini 850 y si bien no me hice un Arabia Saudita, en alguna ocasión llevé a mi grupo de rock desde Bilbao a algún pueblo para dar algún concierto. Cinco componentes, una batería, bafles, pedales, micros, guitarras, etc…. daban mucha prestancia metidos en un Mini en aquellos tiempos y si quedaba algún hueco lo llenábamos con humo verde del Rif. Íbamos tan apretados que al bajarnos teníamos que reconocer en voz alta quien era el cantante y quién tocaba el bajo y la batería.  No ganamos nunca un trofeo pero en una ocasión nos pagaron mil pesetas y aprovechando la euforia colectiva apalabramos un contrato para ambientar una boda la semana siguiente en un restaurante de Lujua. Allí continuó nuestro éxito pues el padre de la novia nos invitó a barra libre con tal de tenernos ocupados y dejar de tocar aquella música infernal. Y es que cuando nos contrataron olvidaron comentar los detalles del repertorio y nos arrancamos con una versión de “Smoke on the wáter” de Deep Purple.


Si el Mini de Sainz son trescientos cincuenta caballos galopando sobre cualquier superficie y capaces de volar levantando espectaculares alas de arena y admiración, el mío era el ferrocarril de la Robla con sus vagones cargaditos de carbón y de quimeras, que poco a poco nos llevó a través de un sueño irrepetible al que si no fuera porque le traicionaba el radiador hubiéramos llegado a cumplir el sueño de tocar en el Madison Square Garden. Pero una tarde fallamos a la cita, el termostato del Mini no pudo más y nos dejó tirados subiendo un puerto que le llamaban el de la Chincheta. Mis colegas de la banda me gritaban ¡Trata de arrancarlo Juan, por dios!, ¡Trata de arrancarlo!... y no pude. Allí decidí que mi futuro como batería y chofer había concluido y que me dedicaría a la música de otro modo, dejando de intentar de una vez por todas que en mi carnet de identidad pusiera que había nacido en Memphis.

                                                              JUAN BOSCO GARCÍA LOZANO        

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